En esta ocasión, tenemos el privilegio de conversar con el escritor José Baroja, autor de El lado oscuro de la sombra y otros ladridos, un libro que explora, desde una mirada crítica y poética, los matices de lo urbano, la marginalidad y las voces que resisten desde los bordes de la sociedad. A lo largo de esta entrevista, José comparte con nosotros su visión del mundo, su método de escritura y las experiencias que han influido en su obra.
José, muchas gracias por acompañarnos hoy. Es un gusto poder conversar contigo sobre tu trabajo y en especial sobre este nuevo libro.
Muchas gracias a ustedes por el espacio. Es un placer poder compartir estas reflexiones y abrir el diálogo en torno a la literatura y sus posibilidades.
Descubriendo la ciudad
La ciudad es casi un personaje más en tus cuentos. ¿Por qué decidiste darle tanta importancia a lo urbano? ¿Qué elementos específicos de la ciudad te ayudan a expresar mejor tu visión social?
Tienes razón, para mí, la ciudad no es sólo un escenario, sino también un personaje con voz propia. Ya desde mis primeros cuentos, consideré toda urbe como un espacio simbólico capaz de condensar con cierto sentido la complejidad de las tensiones humanas. Probablemente, lo único que ha cambiado es el nombre de dicha ciudad. En otras palabras, lo urbano se constituye dentro de mi narrativa como un lugar donde puede convivir lo bello con lo decadente, la multitud con la soledad, lo visible con lo oculto, la riqueza con la pobreza, la justicia con la injusticia, entre un sinfín de opuestos que, a mi parecer, dan forma al devenir humano presente en narrativa, situado, precisamente, entre el tira y afloja de esas y otras muchas relaciones que aquí no acabaría de nombrar. Por lo tanto, puedo afirmar que, ya que entiendo la vida misma como un caminar que no posee una dirección absoluta o única, soy contrario, desde el principio, a presentar posturas ideológicas, políticas o religiosas panfletarias que pretendan simplificar lo humano a un maniqueísmo funcional; la ciudad se convierte en mi obra en una metáfora idónea de cómo creo al ser humano.
En consecuencia con ello, en El lado oscuro de la sombra y otros ladridos, lo urbano me permite explorar esas contradicciones sin caer en el discurso propagandístico o moralista; cuestión esencial, a mi parecer, con respecto a cómo debe ser la literatura. Las calles, los edificios viejos, los perros callejeros, el movimiento, e incluso el ruido constante, me ayudan a hablar de lo social desde un lugar más poético, más simbólico, sin perder de vista mi compromiso por hacer una literatura abierta y crítica. En resumidas cuentas, podría decirse que comprendo la ciudad como un ente que moldea a quienes la habitan, aun cuando, en el proceso, esta pueda convertirse en un ser antropófago, sin piedad; en particular con los menos favorecidos. Definitivamente, en medio de esa relación tensa entre el espacio y el individuo hay mucho para narrar.
Las calles y rincones urbanos suelen esconder historias fascinantes. ¿Cómo elegiste qué detalles cotidianos capturar para resaltar tus reflexiones sociales en el libro?
En mi obra, más que una elección, pienso que prima la observación. Cuando uno camina por las ciudades de cualquier parte del mundo, cuando uno transita por estas con los sentidos abiertos, puede que se percate de que las historias surgen hasta de lo más mínimo y, por supuesto, a partir de estas, la profundidad crítica casi como algo natural: una conversación en una plaza, una sombra extraña sobre un muro, un perro que siempre duerme en el mismo rincón, un vagabundo que intenta sobrevivir, una persona absorta en el horizonte… podría trasladarnos hacia la reflexión de la cuestión social, o bien, hacia alguna revelación que quizá la estadística, el informe, la noticia u otros medios no son capaces de revelar. Esos detalles, aparentemente irrelevantes, son los que me permiten hablar de la realidad social desde un lugar mucho más íntimo, honesto si se quiere. Entre esas líneas, por cierto, además surge lo político, lo religioso, lo humano, al final. En consecuencia, cuando escribo, no me interesa retratar la ciudad oficial, la que aparece en las postales o en los videos de Gobierno, sino en esa otra, la que late en los márgenes, la que resiste bajo la mirada del turista, la que aparece con tan sólo echar un vistazo a esa “otra historia” que suele esconderse entre tanta mierda. Ahí es donde encuentro la materia de mis cuentos o, tal vez, esta me encuentra a mí, dispuesto a escribirla.
En El lado oscuro de la sombra y otros ladridos, busqué precisamente eso: que lo cotidiano se volviera símbolo, que lo invisible hablara. Porque a veces, lo que más grita en una ciudad es lo que no suena. Si uno escucha con atención, puede que descubra que cada grieta, cada ladrido, cada sombra tiene algo urgente que contar. Es gracioso que algunas personas no se dieran permiso para entender “el lado oscuro de la sombra” como una metáfora de aquello que queda fuera de la mirada cotidiana. Al respecto los comentarios sobran.
Voces desde la periferia
Sorprendiste al elegir un perro callejero como narrador. ¿Cómo surgió esta idea tan peculiar? ¿Qué aspectos de la sociedad pretendías destacar con esta voz tan inusual?
“Un hijo de perra”, cuento principal de este libro con alma canina, nace de dos modelos narrativos con una importante tradición dentro de la literatura hispanoamericana: la picaresca y los cuentos de animales parlantes. No en vano, ya algunos críticos han catalogado “Un hijo de perra” como parte de dicha tradición picaresca. En tal sentido, confieso que el “perro” fue una elección calculada; incluso para aquellos otros relatos que beben más del género fantástico.
A cualquier lector o lectora que pueda definirse como insaciable, no le será difícil encontrar las bases literarias que permiten explicar mi decisión. Por ejemplo, Miguel de Cervantes, en su Coloquio de los perros, ya nos presentaba las “libertades” que implica dejar que los animales hablen acerca de sus “amos”; sin ir tan lejos, Soseki Natsume hizo lo mismo en Japón con un gato. Luego, si se considera a Lazarillo de Tormes, a Guzmán de Alfarache o al Periquillo Sarmiento, incluso a un Hijo de ladrón, a partir de sus narrativas llenas de sátira con respecto al poder sobre la base de una estructura tan definida como la “lucha por la vida” para, finalmente, mezclar todo esto con la situación en las calles de nuestra Latinoamérica, el perro mestizo surge como la decisión más obvia, al tiempo que revela mi intención de colocarlo en el centro de esta antología. Ciertamente, considero que el perro mestizo se constituye como una intensa alegoría de la condición latinoamericana.
Consecuentemente, ya elegido el protagonista, o bien, secundario honorífico de mis relatos, debo decir que un perro callejero observa sin ser visto, escucha lo que nadie dice, está en todas partes y en ninguna, lo que lo construye como un narrador privilegiado para contar las perrerías que se viven en nuestras naciones y que, obviamente, suelen ser escondidas u omitidas por la propaganda oficial. El perro vive en la intemperie, que es el lugar más honesto desde donde se puede mirar la sociedad. Con este ladrido buscaba precisamente eso: una perspectiva desde abajo, desde los márgenes, que pudiera hablar con ironía, con ternura y con rabia. El perro no tiene intereses, no busca aprobación, no pertenece a nada y aun así es un símbolo de algo más, puesto que esa libertad lo vuelve profundamente lúcido. Irónicamente, en ocasiones, lo humano resulta más latente en este que en cualquier ser humano. En lo más vulnerable puede haber dignidad, memoria y hasta más poesía que.
Muchos de tus personajes vienen de sectores marginales, como las prostitutas en situaciones insólitas. ¿Qué te impulsa a contar historias desde esta perspectiva más oculta de la sociedad?
Siempre me ha interesado lo que la sociedad prefiere no mirar, porque eso que no mira es precisamente aquello que la define con más fuerza. De alguna manera esa negación de los márgenes, ese intento desesperado de eliminar la marginalidad o incluso de hacerla desaparecer es una confirmación de los miedos que el mismo Capitalismo ha instalado como base de nuestras ciudades contemporáneas. Las prostitutas, los vagabundos, los locos, los solitarios, los perros mestizos… todos esos personajes que viven al margen, no por elección sino por destino o exclusión, me parecen profundamente humanos. Son ellos los que cargan con las fisuras del sistema, los que sobreviven en un mundo que no fue hecho para ellos, y, sin embargo, siguen ahí, resistiendo, creando sus propias lógicas, a veces absurdas, a veces poéticas.
A lo anterior, debo mencionar que el contar una historia desde esta perspectiva es, para mí, una forma de justicia simbólica. Es darle a esas otras voces un espacio que la realidad muchas veces les niega; incluso de manera sistematizada por Estados que hoy abrazan desesperadamente políticas públicas que priorizan el tamaño de la billetera antes que la humanidad misma: pienso, por ejemplo, en los gastos enormes en publicidad que se hacen en Guadalajara para instalar con descaro el imaginario de una ciudad que progresa, pero que olvida a sus desaparecidos como apelando a la mala memoria de una mala educación. Entonces surge la literatura como una manera de sacudir al lector, de incomodarlo al traer sobre el papel aquello que de una u otra forma ha tendido al olvido. Porque esas vidas no son tan lejanas como creemos: están ahí para quien se atreva a transitar por la ciudad. Lo insólito que aparece en los cuentos no es tanto para adornar la historia, sino para mostrar que lo raro está a la vuelta de la esquina, y que lo monstruoso a veces no vive en los márgenes, sino en lo que damos por normal.
Experiencias personales y contextos culturales
Hablando de lo íntimo, ¿cuánto de tu propia historia personal y académica influyó en la creación de estas narraciones? ¿Hay alguna anécdota específica detrás de tus cuentos?
Como afirmé alguna vez, el secreto de la escritora, de la escritora, es que al final, todas y todos escribimos acerca de nosotros mismos; no en un sentido histórico o biográfico, sino más bien en un sentido existencial. De algún modo, procuramos vivir las vidas que no alcanzaremos en esta; aunque comencemos en la propia. Sencillamente, no creo en esa objetividad fría del escritor que observa desde afuera. Con todo gusto discutiría acerca de la supuesta objetividad de autores naturalistas o realistas, pues la literatura no escapa completamente de esa dimensión subjetivamente humana. Mis cuentos, aunque no sean autobiográficos, están atravesados por mi forma de ver el mundo, que se formó tanto en la calle como en los libros. Mi historia personal y académica se mezclan todo el tiempo: por un lado, la experiencia de haber crecido observando con desconfianza las estructuras; por otro, los años de lectura, de investigación, de preguntas sin respuesta. Envejezco junto a mis letras.
Hay cuentos que nacieron de anécdotas mínimas. Recuerdo, por ejemplo, una vez en que vi a un hombre solo en un puente de la ciudad de Valdivia. Nadie lo miraba. Era como si no existiera. Me quedé observándolo unos segundos, y eso fue suficiente para que una historia empezara a escribirse sola en mi cabeza. A veces basta con un gesto, un silencio o una escena fuera de lugar para que se active algo. Y ahí la ficción hace el resto. Pero ese primer impulso, esa chispa, suele venir de lo vivido. Una vida es insuficiente para la existencia.
Ahora radicado en México, ¿has notado alguna influencia significativa de este nuevo contexto en tu escritura? ¿Cómo comparas la realidad social chilena con la mexicana a la hora de narrar?
Sin duda, el entorno modifica no sólo lo que uno escribe, sino también lo que uno cree que debe ser escrito. Por ejemplo, pienso, tras algunos años viviendo en Zapopan, que, en México, lo sagrado y lo profano conviven sin pedir permiso. En cambio, en Chile, lo sagrado parece difuminarse bajo el peso de la contingencia; en especial política. Esta diferencia, naturalmente, afecta la manera en que uno construye un relato; más allá incluso del estilo. De todas formas, al final de cuentas, ambos países están rotos, aunque vocalicen de una manera distinta.
Chile es un país que se ha especializado en ocultar la herida, en maquillarla con progreso, con orden, con una supuesta cordura institucional que no duda en sacar a la luz cuando se trata de compararse con el resto de Latinoamérica. Ahí tenemos un proceso de transición a la Democracia con el Dictador sentado en primera fila. México, en cambio, expone la herida abierta como parte de su folclor. Aquí la violencia tiene banda sonora y los desaparecidos tienen altares. La crudeza es más explícita, aunque también más reconocida y, coherentemente, más normalizada. Hay un dejo de resignación en esta realidad.
A la hora de narrar, en Chile uno debe retirar las pesadas etiquetas de “país en vías de desarrollo”, “país de mayor estabilidad” o, como alguien dijera hace algunos años, “Oasis Latinoamericano”. En México, a veces basta con mirar. Acá no todo lo que es “normal” lo es, pero aun así está expuesto como si lo fuera y uno lo nota en la conversación, en lo cotidiano. El silencio chileno es de contención; el mexicano, de resignación. Ambos duelen, pero uno aprende a doler distinto y, por ende, a escribirlo de manera diferente.
Obviamente, a lo anterior, se suman las referencias literarias, puesto que estas emergen desde una comprensión distinta a la que tenía en Chile, en España o Argentina, una comprensión renovada si se quiere. Aquí en México, he comprendido y he sentido de otra manera a Rulfo, a Garro, a Fuentes, a Castellanos, a Paz, entre muchos otros autores, pues se ha sumado a mi lectura esa experiencia que sólo se puede adquirir respirando el aire de estas tierras y que, definitivamente, enriquece. Incluso a Roberto Bolaño ya lo leo distinto. A Mistral, a Parra, a Manuel Rojas, a María Luisa Bombal, los leo distintos.
Finalmente, destaco el amor por la escritora mexicana Leyda Mariscal, mi esposa, mi colega en las letras, quien ha influido notoriamente en mi forma de escribir y comprender la literatura. Acá en México he crecido como autor.
El poder transformador de la literatura
Considerando todo lo anterior, ¿crees que la literatura tiene un papel activo en generar cambios o reflexiones sobre nuestra realidad social? ¿Cuál deseas que sea tu aporte específico con este libro?
La literatura, si es honesta, no predica. No milita. No adoctrina. Sin embargo, sí busca incomodar, y eso ya es un acto político. Siempre me he negado a entender la obra literaria como un arte cerrado a una ideología específica. Es cierto que como personas asumimos una posición, socialista, agnóstico, etc., pero la obra literaria debe trascenderla para así generar ese cuestionamiento necesario dentro de las sociedades en que vivimos. El principio de la sabiduría es el cuestionamiento. Conformemente, pienso toda obra literaria es un acto político, no en el sentido panfletario, que tanto daño le ha hecho al arte, sino en esa forma íntima —y a veces devastadora— en que una frase, una imagen, un personaje puede sacudir al lector hasta hacerlo dudar de sus propias certezas. Parafraseando a Platón, los poetas estamos aquí para perturbar el statu quo. En tiempos como los nuestros, donde todo el mundo parece tan seguro de sí mismo y tan satisfecho de su opinión, generar una duda es un acto revolucionario.
¿Cambia la realidad social la literatura? Tal vez no. Pero la revela, la trae a la conversación, que no es poco. La pone en tensión con la realidad misma. La despoja de sus máscaras. Le quita el discurso oficial o, al menos, lo hace retorcerse. Por ello, con El lado oscuro de la sombra y otros ladridos, no aspiro a levantar banderas ni a ofrecer soluciones; sí a chingxr un poquito aquello que visto superficialmente parece demasiado cómodo o perfecto. Confieso que desde mi primera obra he deseado crear un espacio de extrañeza, de ruptura, donde lo cotidiano se vea bajo otra luz: ya sea lo fantástico, lo social, lo realista, lo psicológico. Me gustaría que quien me lea sienta que ha entrado en un territorio ligeramente desfasado del mundo, pero donde, paradójicamente, todo se le revela con mayor nitidez.
Finalmente, ¿qué te gustaría que se lleve consigo el lector al terminar El lado oscuro de la sombra y otros ladridos?
Como autor, si algo quisiera que el lector se lleve al cerrar este libro, es la sospecha de que el mundo en sí es extraño. Me gustaría que primara, tras la aparente sencillez de algunos relatos, la sospecha de que hay algo más debajo de lo que aparentamos, de lo que creemos, incluso de lo que tememos. Me interesa descolocar las certezas, con el objetivo de que seamos mucho más humanos. Con ello, estaré más que conforme.
El lado oscuro de la sombra y otros ladridos no ofrece respuestas a nada. Como cuentista, ninguno de mis libros ofrece respuesta alguna. Sí atmósferas, resplandores, ecos, dudas… Tal vez algo de ternura. Algunos ladridos, claro está. Porque, al final, eso somos cuando escribimos y cuando leemos: criaturas que aúllan desde una sombra que no entienden del todo, pero que reconocen como propia. Me encanta la idea de ser conscientes de lo absurdo que en ocasiones la solemnidad. La solemnidad absoluta raya la ridiculez.
Sinceramente, espero que disfruten mis letras.
José, ha sido un verdadero placer poder sumergirnos en tu universo literario. Muchas gracias por tu tiempo y por compartir con nosotros la profundidad de tu mirada y tu oficio.
Gracias a ustedes por la entrevista. Espero que mis palabras y mis cuentos inviten a la reflexión, a la sospecha y, por qué no, a la ternura. Un abrazo fuerte a todas y todos los lectores.
Extraordinaria entrevista. Me ha sorprendido la profundidad de las respuestas del autor. Lo buscaré.
Agradecido.
¿En México dónde se puede comprar? ¿Venden los otros libros de Baroja?
Gracias.