Gilberto, para comenzar, me gustaría saber qué te inspiró a escribir «Compraventa biocomportamental». ¿Hubo algún evento o experiencia particular en tu vida que te llevó a explorar temas como el amor, la política y la muerte?
Mi inspiración no fue algo que pueda señalar con un dedo o describir como un momento revelador. Fue más bien una necesidad constante de vaciarme cada vez que la vida me golpeaba o me acariciaba. Los temas como el amor, la política y la muerte son inevitables para cualquiera, pero para mí eran como esas cosas que, si no las sacaba, me estallaban. No fue un solo evento en sí, sino una acumulación de muchos, algunos grandes, otros pequeños, pero todos me llevaron a escribir para no quedarme con esa sensación atorada.
Entiendo que el libro comenzó como un ejercicio terapéutico durante tu adolescencia. ¿Cómo ha evolucionado tu perspectiva sobre los temas que abordas desde entonces hasta ahora?
La evolución ha sido natural. Las experiencias que enfrenté – enfermedades, pérdidas, peleas – me moldearon, pero también me ofrecieron una claridad que antes no tenía. He aprendido a manejar la frustración y la incertidumbre de manera distinta, aunque en el fondo sigo siendo el mismo niño extrovertido y lleno de curiosidad. Lo que ha cambiado es la capacidad de ver esas experiencias con más gratitud y menos drama. Creo que la madurez consiste en aprender a vivir con las cicatrices, pero también en saber agradecer a quienes estuvieron ahí en esos momentos duros.
Tu libro utiliza una mezcla única de humor y drama para explorar temas como el sexo, la religión y el dinero. ¿Cómo lograste equilibrar estos elementos en una obra que es también profundamente reflexiva?
No sé si logré un equilibrio consciente. El libro es crudo, sin maquillaje ni filtros, de ideas recicladas en general. Lo que aparece como humor es una forma de resistencia frente al drama, es para mí, una forma de no perder el control ni caer en la desesperación. Me he dado cuenta de que el humor es como una cuerda floja entre la cordura y el caos. Lo que parece un equilibrio en la obra es, en realidad, mi forma de mantenerme a flote en un mundo que constantemente te empuja hacia el extremo. El humor no es tanto una herramienta para equilibrar, sino para sobrevivir como un acto de fe.
En tu obra, haces una crítica al materialismo, me gustaría saber más sobre lo que te motivó a hacer esta crítica.
Obvio que no estoy contra del materialismo por completo. Sería hipócrita decir eso cuando yo también disfruto de ciertos lujos. Lo que critico es la obsesión con los bienes materiales como medida del éxito o la felicidad. Vengo de una familia que tuvo que luchar para conseguir lo que tenemos, así que valoro lo que poseo, pero no lo veo como mi definición. Lo que me molesta es la forma en que el materialismo nos convierte en competidores en lugar de seres humanos. A veces parece que todo se reduce a lo que tienes o lo que puedes mostrar, cuando lo más importante, lo que realmente te llena, no tiene precio.
Hablas de un «cliché de la sociedad materialista» en tu libro. ¿Cómo consideras que nuestra cultura contemporánea ha exacerbado esta visión materialista de la vida y cómo intenta tu obra contrarrestar esta tendencia?
Vivimos en una era donde ahora se miden likes y followers. Que incluso pueden ser una estafa con los bots, y en esa presión constante por mostrar una vida perfecta ha llevado el materialismo a niveles ridículos. No es solo lo que tienes, es lo que muestras que tienes.
Mi obra no pretende cambiar el mundo ni hacer que la gente deje de comprar cosas, pero sí invitar a reflexionar sobre por qué necesitamos tanto para sentirnos valiosos. Lo que propongo es vivir con más consciencia, no con menos cosas, o menos experiencias, pero sí con una relación más saludable con lo que consumimos o a donde vámos.
El título «Compraventa biocomportamental» sugiere una interrelación entre el comportamiento humano y las transacciones comerciales. ¿Qué querías transmitir con este concepto y cómo lo ves reflejado en nuestras vidas cotidianas?
Así es, habla de cómo nuestras decisiones más íntimas – desde cómo amamos hasta cómo odiamos– están profundamente influenciadas por lo que consumimos. Nuestras emociones, comportamientos y relaciones están constantemente siendo «comprados» y «vendidos», muchas veces sin que lo notemos. Tomemos como ejemplo el miedo o el amor. Ambos pueden ser alterados por lo que vemos, comemos o compramos. Vivimos en una especie de transacción continua entre lo que somos y lo que nos rodea, y muchas veces lo que adquirimos define cómo actuamos.
Tu libro también retrata una búsqueda constante de individualidad frente a las presiones sociales. ¿Qué significa para ti la «individualidad» en un contexto social que nos empuja hacia la conformidad?
La individualidad es, para mí, la capacidad de reconocerse como un ser único en medio de un mundo que nos homogeniza. Todos somos productos de nuestras circunstancias, pero también tenemos la capacidad de romper con ellas, si así lo decidimos. La individualidad no es rebelarse por el simple hecho de ser diferente, sino encontrar tu lugar en el mundo sin perder tu esencia. En mi cultura, conformarse significa dejar de avanzar, y eso es algo que no puedo aceptar. La individualidad es reconocer tus límites y, al mismo tiempo, empujarlos cuando es necesario.
El uso del humor es bastante llamativo y particular al explorar temas serios como los ya mencionados. ¿Por qué crees que es importante emplear el humor en estas discusiones?
El humor es mi forma de enfrentar lo difícil sin derrumbarme. Reírnos de lo que nos asusta o nos duele es un mecanismo de defensa, pero también es una forma de resistir. La vida es demasiado seria como para tomársela en serio todo el tiempo. Si no puedes reírte de ti mismo, de lo absurdo del mundo, te acabas perdiendo en la desesperación. A veces el humor es lo único que te queda cuando todo lo demás falla. Por eso, aunque hable de temas serios, siempre trato de incluir un poco de humor. Es lo que nos mantiene cuerdos siempre que no te burles de nadie.
Me interesa saber cómo encontraste el equilibrio entre explorar lo profundo y lo mundano en tu escritura, especialmente utilizando la poesía como forma de expresión.
La poesía tiene una belleza predispuesta y esperada, cuando hablamos de ella tiene una apreciación sesgada de que debe ser inteligente, y con fundamentos para lograr fonemas agradables al receptor. La poesía, para muchos, viene con un aire de grandeza, de algo que debe ser sublime, casi inalcanzable. Se espera que sea perspicaz, compleja y cargada de una métrica perfecta, como si necesitara impresionar con cada palabra y ritmo que el poeta escoge. Pero, para mí, la poesía no debería ser una vitrina de palabras difíciles ni de sentimientos rebuscados. No nos debe recato. No tiene que ser un ejercicio de conocimiento superior o de intelectualidad. Más bien, la poesía es el arte de jugar con el lenguaje escrito para lo que ya sentimos, de poner en palabras lo que a veces nos cuesta decir, sin buscar impresionar a nadie. Es como un lienzo en blanco, y uno pinta lo que quiere, lo que nace, no lo que espera que sea valorado por otros. Para mí, lo profundo y lo mundano se entrelazan casi que orgánicamente porque, en realidad, ¿no es así como la dualidad se complementa? Lo más trascendental puede aparecer en medio de una escena cotidiana. A veces una mirada o un pensamiento fugaz contienen más verdad que un gran discurso. Y eso es lo que me gusta de la poesía: es un vehículo que puede llevar lo más común y transformarlo en algo extraordinario sin pretenderlo. Es retar la representación del significado para tener conclusiones o imaginaciones cuando son leídas. Las canciones que escuchamos, los discursos que nos mueven, todo tiene una raíz poética. Al final, es cuestión de perspectiva, de quién escucha y qué siente al hacerlo.
El libro es muy personal, reflejando tus propias experiencias. ¿Fue difícil para ti exponerte de manera profunda ante tus lectores?
Al principio, sí. Como cualquier persona, tengo miedo a la crítica, al rechazo, a que se rían de mis vulnerabilidades. Pero también me di cuenta de que, si quiero ser honesto conmigo mismo, no puedo ocultarme detrás de una fachada. No soy una persona de secretos, al menos no muchos. Exponerme es parte del proceso de crecer y de ayudar a otros a sentirse menos solos en sus propios procesos. Siendo sincero, ventilar mi vida me libera. Es como poner las cartas sobre la mesa y decir: «Muñequito de todos, juguetito de nadie» jaja.
¿Qué impacto esperas que «Compraventa biocomportamental» tenga en los lectores? ¿Qué cambios de perspectiva o reflexiones esperas provocar?
Que se diviertan tanto como cuando lo escribí. Fue un proyecto que ultrajo mi tiempo y le puse esmero. Más que transmitirles reflexión, es que tengan un rato agradable. No pretendo cambiar el mundo ni imponer reflexiones profundas, la verdad. Si lo leen y se entretienen, ya me doy por bien servido. Es un libro que escribí para disfrutar el proceso, para vaciar y, si en el camino algún lector encuentra en esas páginas algo que le resuene, que lo haga cuestionarse o incluso sonreír, eso es ganancia. No se trata de cambiar la perspectiva de la vida de nadie, sino de acompañar a quien lo lea en un momento de pausa, en una fila, en un viaje, donde sea. Si a partir de ahí surge alguna conexión o reflexión, es un bonus inesperado.
Para cerrar, ¿qué proyectos tienes en mente después de «Compraventa biocomportamental»? ¿Planeas seguir explorando estos temas o te interesa adentrarte en nuevos terrenos?
Seguiré la línea de la farsa y la cotidianeidad. Definitivamente quiero seguir explorando desde este ángulo medio irreverente, pero también quiero jugar con otros formatos. Me fascina el teatro, me atrae esa intimidad que tiene con el público y cómo se pueden mezclar el drama y la comedia de una forma tan visceral. También tengo muchas ganas de contar las historias de las personas con las que crecí, de documentar esas pequeñas grandes anécdotas que, aunque no parezcan épicas, tienen un valor tremendo para quienes las vivieron. En fin, quiero seguir contando historias, ya sea en forma de cuentos, testimonios o hasta proyectos más visuales. Estoy abierto a lo que venga, y me entusiasma mucho el futuro, espero pronto se concrete. Muchas gracias por la atención. Nos vemos pronto.