Es como si cada corazón desprendiera sus venas en forma espiral hacia arriba, hacia el universo. Al salir aquel corazón de este planeta, ya no hay arriba ni abajo. Esa lógica helicoidal nos entrega un entendimiento que conecta distintas esencias, cada una tan pura como la otra: el Amor, el Respeto por lo natural, la Paz en la transición de la vida y la muerte.
Estos oxigenados poemas son la sangre que da vida a cada arteria que entrelaza esta búsqueda helicoidal. Una búsqueda tan genuina como la vida misma. Esa posición espiral posee la dualidad que ya mencionamos del “así como es arriba, es abajo, oscuridad e iluminación, rapidez y lentitud, el tiempo sin medición”, y así sucesivamente, incluso una dualidad originada personalmente por parte del lector.
A través del tiempo y de los poemarios que Milickza ha realizado, podemos notar que su poesía es una búsqueda. Al ser poeta y estar en la necesidad de encontrar algo (que incluso a veces no estamos seguros de qué es), la poesía es el mejor vehículo para encontrarlo; ¡es un vehículo conector del alma! En ese sentido, la poeta ya ha avanzado bastante en este periplo, porque nos deja claro con su poesía que su corazón y alma ya se han convertido en un lente, que refleja aquellos sentimientos internos y que, en definitiva, nos muestra sin ningún tapujo quién es ella. Qué ve, qué siente, qué piensa… cómo fluye su vida.
Hermann Hesse siempre relacionó la sabiduría con las búsquedas internas y dejó la pulsión externa de buscar conocimiento en libros o estrellas, por una búsqueda profunda de enseñanzas que su propia sangre le comunicó. Lo que él encontró lo definió como una historia ni dulce ni agradable, con sabor a disparate, confusión, a locura y a sueño, como la vida de todo hombre o mujer que ya no quiere terminar engañándose a sí misma. Milickza, en este caso, se adjudica esa sabiduría, porque su viaje interno llega a una armonía única, de conexión con cosas esenciales, simples en un principio, sin embargo, muy complejas en un mundo que hoy en día condena lo que no comprende solo porque le resulta extraño.
El espíritu que ella revela con su poesía es aquel espíritu del cual un día nos hablaron, que nos trae amor, paz y todo buen sentimiento que pudiese brindarnos una vida en armonía, pero que en la realidad actual es un espíritu en completa lontananza. La filosofía de su poesía eleva un espíritu olvidado, sin caer en el tono fantástico, ya que esta clase de sentires es emanada hacia seres reales, que podrían estar en la vida de cualquiera; un eterno reencuentro con mi abuela, gente querida del presente o del pasado, mensajes a nuestro niño o niña interior, comunicarnos con los elementos naturales que nos dan vida, entre otros.
Este maravilloso trabajo posee todos los elementos para trascender. Se percibe la dedicación y entrega por parte de la autora y quienes ayudaron a materializar sus ideas. La música que acompaña su poesía y que crea un ambiente de colores e imágenes al oírla, va muy acorde a la calidad poética que nos brinda la poeta en estos poemas y escenarios que juegan con arcoíris y portales, soles eternos, lluvias de paz, jardines llenos de vida y mundos llenos de armonía. Es destacable que hoy una poeta no solo deje su poesía plasmada en un libro; también es importante su voz y la calidad de sentimientos que atiende, por ende, aquel trabajo audio-lector es un gran logro.
«Lente del corazón» se presenta como un trabajo único, creacionista, que evoca la felicidad de la vida, que se asemeja a las palabras del mismo Hesse: «Supe que ser amado no es nada, que amar, sin embargo, lo es todo. Y creí ver cada vez más claro que lo que hace valiosa y placentera la existencia es nuestro sentimiento y nuestra sensibilidad. Donde quiera que viese en la tierra algo que pudiera llamarse “felicidad”, ésta se componía de sentimientos».
Sabemos que Milickza seguirá en esa búsqueda, pero ya posicionada en un terreno y una etapa como poeta donde ha encontrado un lenguaje, un lente iluminado y de claridad para observar, un paisaje, colores y melodías tan necesarias para creer en esas palabras de H.H., porque cuando hallamos esa existencia placentera en lo que hacemos, donde quiera que miremos con nuestro propio lente, encontraremos belleza y felicidad.