Maneras de quedar mal quedando bien
Por Fedosy Santaella
Hay maneras de quedar mal quedando bien. O también podría decir que hay maneras de entrar en la dimensión desconocida, siempre y cuando uno no asuma que el olvido nos ataca con la edad. O también podría decir que, en ocasiones, el doble lo salva a uno. En fin, hay maneras de quedar mal quedando bien, y esta es la mía.
Hace exactamente dos años, Raquel me escribió un correo para invitarme a participar en una antología de textos «no-ficticios» que buscaba reunir relatos, historias, crónicas, ideas «sobre el tren subterráneo (metro, subway, subte)», tal como lo señaló ella. Acepté encantado, pues conocía el trabajo de Raquel y me parecía una chica seria. Hacía poco había sido jurado en un concurso literario en Caracas y un poemario de ella me había agradado mucho; de hecho, su trabajo había quedado finalista.
Aquel correo me lo enviaba Raquel en junio y acordamos que el plazo de entrega sería en septiembre. Llegó septiembre y Raquel envió un correo a todos los autores recordándonos los textos. Y que el plazo se había corrido hasta marzo del año siguiente. A esas alturas yo no había escrito el texto, ni siquiera lo había planificado. Es más, lo había olvidado. Así se lo dije en el correo: «Ay, Raquel, menos mal que me avisas, lo había olvidado». Raquel me respondió que no me preocupara, y que esperaba el texto en los próximos meses.
Me puse entonces a planificar el texto, a pensar, mejor dicho, en lo que diría. Yo atesoraba gratos recuerdos de hace mil años. Recordaba a mi padre, cuando venía a Caracas de negocio y estacionaba en Chacaíto y se afanaba a hacer sus diligencias moviéndose en el metro. Recordaba incluso haber estado allí con mis compañeros de sexto grado en un viaje que hicimos de Puerto Cabello a Caracas. Pero no estaba seguro. Me cabeza no funciona muy bien, y quedará de sobra demostrado.
Junté así mis ideas para el texto y empecé a escribirlo. Eso lo tengo grabado con claridad en mi memoria, que empecé a escribirlo. Luego, en enero, llegó otro correo de Raquel. Simplemente nos recordaba que el plazo de entrega era hasta el primero de marzo. Ese correo, tal como queda constancia en mi buzón, no lo respondí. El veintitrés de febrero, Raquel envió otro correo. Decía que ya estaba recibiendo los textos de los autores, y que pedía, por favor, a los que aún no habían enviado, confirmaran su participación en el libro. Al final acotaba, con firmeza, pero educadamente: «De lo contrario, asumiré que se retiran de la antología».
Supongo que aquel Fedosy que leyó ese correo sí deseaba participar, porque allí está mi respuesta: «Querida, claro que sí. Antes del 15 de marzo te lo envío». Por supuesto, qué descaro el mío, o del Fedosy que leyó el correo y lo respondió, porque la fecha límite era el primero y no el quince. Pero Raquel, receptiva, me respondió: «Genial, querido Fedosy, muchos abrazos». Y así, pasó el tiempo y en algún momento me fui de Venezuela a vivir a México. Por supuesto, en los meses previos a mi partida anduve concentrado y nervioso con el asunto de la partida.
Hace una semana recibí otro correo de Raquel. Les escribía a los autores del libro, diciéndoles que el libro estará en las librerías y a la venta en internet a partir del primero de julio. También les pedía a todos que le copiaran su dirección postal para enviarles un ejemplar. Asumí que Raquel había olvidado sacarme de la lista del correo, porque yo al final, le quedé mal y no mandé el texto. Debo confesar que no le contesté, porque me daba vergüenza decirle que me sacara de su lista pues yo no estaba en el libro. Algo de cobardía, algo de no saber cómo decirle eso me abstuvo de responderle.Con todo, busqué en mi computadora algún texto que incluyera la palabra «metro». Si lo había escrito debía estar archivado en mi máquina. En efecto, había uno… de cuatro líneas.
¡Qué vergüenza con la chica! Yo había comenzado a escribirlo, no cabía duda, pero, tal como quedaba evidenciado, apenas había llegado a la cuarta línea. Sí, el texto hablaba sobre el metro, sobre lo que fue y ya no es, y un poco sobre mi padre. Y ya, eso era todo, no lo había terminado. No lo había enviado. Definitivamente, Raquel me había incluido en los correos por error. Me daba mucha pena, de verdad, pero tampoco sabía cómo decirle que me sacara de la lista. Ni modo, pasaría por mal educado.
Otro día, a eso de las dos de la tarde, me escribió Raquel al chat de Facebook.
Raquel: Hola, Fedosy, ¿cómo estás? Te mandé un correo sobre la antología, pero no sé si lo recibiste.
Yo no sabía qué decir. ¿Cómo hacía para decirle a esta chica que no me enviara el libro porque yo no estaba allí? Al final, opté por hacerme un poco el olvidadizo.
Fedosy: Hola, querida, ¿pero yo mandé? Ya no recuerdo si mandé.
Ya con eso tenía. Raquel se daría cuenta de qué no tenía sentido seguir escribiéndome correos porque, simplemente, yo no había mandado ningún texto sobre el metro. Su respuesta fue:
Raquel: ¡Claro que mandaste! ¡Estás en el libro!
No sé de cuánto sería mi pausa. Posiblemente muy breve, pero para mí implicó toda una eternidad. Si yo no había escrito ningún texto para el libro, ¿cómo podía estar en él? Era absurdo. Pero no sólo absurdo, era también terrífico. Llegó a pasarme por la cabeza que no había sido yo, es decir, el Fedosy de aquel instante, el que había escrito ese cuento, sino otro yo, un yo que yo había sido y que ya no era yo. Eso suele ocurrir con frecuencia con la escritura.
Pero el asunto iba incluso más allá con el tema del miedo. En realidad, pensé, no había sido yo ni tampoco otro yo de hace unos meses, sino un doble, un doppelgänger que había decidido que mi nombre (que el nombre de su original) sí iba a estar en esa antología con un texto escrito por él. Me sentí como Mr. Pelham, aquel personaje de un magistral episodio de Alfred Hitchcock. Un día se da cuenta de que su doble comienza a usurparlo en su trabajo y en su vida, anticipándose siempre a su llegada y yéndose siempre justo a tiempo. Sí, era como si otro hubiese escrito ese texto por mí.
Corrí a mi buzón electrónico (cosa que debí haber hecho desde el principio) y en el buscador localicé la dirección electrónica de Raquel. El resultado, unos ocho correos, entre ellos, uno con fecha diez y seis de marzo de 2017 donde le enviaba a Raquel mi texto del metro. ¡Es más, el veinte de marzo le mandé otro, preguntándole si había recibido el texto porque aún no había recibido su respuesta! Ese correo fue respondido por ella, y me decía que la disculpara, que había tenido una semana con muchas cosas, y que además le había gustado mucho el texto.
Así que ahí estaba mi texto, en el libro, y yo le había quedado mal, muy mal a Raquel, habiéndole quedado, por fortuna, absolutamente bien. O por igual vale decir que yo le había quedado mal y que mi doble, mi doble no sé si maléfico o benéfico, le había quedado del todo bien.